Ilustración: Envidia de Edvard Munch
Knut Hamsun es enorme. Un alma como la suya, preñada de bosques, loca por encontrarse renunciando al mundo, marca la diferencia. ¡Qué importa el Hamsun afecto al nacionalsocialismo!, cuando el hombre fabulado, su impronta genuina en cada uno de los personajes, muestra un espíritu tan amplio, tan capaz de alumbrar la vida en todos sus detalles. Knut Hamsun es un alegre gigante solitario. Alguien siempre a punto para hacer resonar su bárbaro gañido sobre los techos del mundo, en palabras de Whitman.
Hamsun está loco, y lo sabe, y lo cuenta. Es un salvaje. La neurastenia es en él una constante. Siempre el delirio, las visiones, la ambición secreta e íntima de convertirse en aquel que se sabe en potencia, la convicción acerca de su propia valía, de su genio. Hamsun retrata la vida, tal como se supone que lo hacían Galdós y Balzac, con esa misma llaneza pretendidamente fotográfica; pero el de Hamsun es un realismo más denso, más mágico, más amplio: mejor.
El autor es a la vez un
niño. Un Sansón con alma de muchacho. No acepta el mundo, no se pliega, y ese
inconformismo, esa iconoclastia, se percibe tanto en sus campesinos como en sus
periodistas, también en la garra natural de sus personajes femeninos. El hombre
trabaja y sueña, nos cuenta. Ama y desea, pero anhelando algo más que la comida
y el sueño. Como si se dijera: “He aquí la azada, he aquí el rastrillo...he
aquí el trabajo de la tierra, el pan y su sudor, y está bien que así sea, pero
qué más, Señor, qué más...”
En cuanto al texto mismo,
es también Hamsun un revolucionario de la forma. Su escritura fluye sin corsés,
sin ataduras, entre otras cosas prescinde de muchas de las convenciones del
diálogo realista, y así nos encontramos leyendo un texto-flujo, en el que por
momentos se pierde toda pauta y sus partes se hacen indistinguibles. Esta
anarquía de la forma anuncia la experimentación propia de la literatura del
siglo veinte.
El protagonista de
"Pan", el teniente Glahn, es nuevamente un trasunto del propio
Hamsun. Es otra vez el titán, el héroe solitario, capaz y autosuficiente pero
atravesado de nostalgias que le pudren el corazón y el alma. Al existir como
espejo de su autor, la excentricidad del personaje se convierte aquí en rasgo
distintivo. No en vano, cuando uno lee a Hamsun percibe a lo largo de sus
páginas una especie de delirio constante al que es difícil encontrar expresión
concreta. Sus personajes sufren inesperados arrebatos, revelaciones, accesos de
vida en bruto, podría llamárselos, distintos de aquellos otros que caracterizan
a los de Dostoievski, a quien se cita a menudo como referente. Hamsun destila
romanticismo y sentido del humor. Se expone en lo íntimo una y otra vez, y su
talento no necesita de dramatismos barrocos.
Volviendo a la novela,
Thomas Glahn vive su vida en el bosque (una vez más el verde) y parece haber
encontrado la forma de hurtarse elegantemente al mundo. Entre caza, pesca y
paseos de connotaciones casi litúrgicas, en las que experimenta a menudo
accesos epifánicos, y de los que regresa siempre a su cabaña en estado de
gracia, se le pasan los años, con Esopo, su perro, por toda compañía. Hasta la
inevitable aparición de Edvarda, cuya personalidad revoluciona la vida del
teniente. En torno a ese encuentro se construye la novela, una de las mejores
de su autor.
Lo diré de nuevo: Hamsun es
enorme. Un gigante literario, desde luego, pero bastante más que eso: él es el
hombre en sus novelas, su asunto único y fundamental. No resulta extraño que
inspirase de un modo u otro a autores como Henry Miller. Comparte con él la sed
y el hambre de vida auténtica, su reivindicación del individuo por encima de
todo, su dulce invitación a la anarquía.
Un coloso.
Carlos Bonino
http://delitosifaltas.blogspot.com.es/