Escrito en forma de monólogo
interior, con unidad de lugar (interior de un coche), de tiempo (algunas horas
entre la caída de la noche y el amanecer) y de acción (porque si bien aparecen
muchos personajes, cada cual descrito realizando sus actividades variadas en
distintos momentos, lo único que ocurre “de verdad” es que un hombre, Rubén, triste porque su hermano pequeño acaba de
morir, piensa). Desarrolla un monólogo interior en el que hace un repaso de su
vida y de los personajes que la compartieron de alguna forma. Van apareciendo y
me recuerdan las muñecas rusas - una dentro de la otra, así sucesivamente - Esta
forma obsesiva, repetitiva, crítica (el autor es crítico
literario- vive sólo con 2 perros en un pueblito aislado) sin un resquicio de
luz o de amor, sin esperanza, con un uso genial de las palabras, atrapa el
lector en una espiral de desencanto, de tristeza, de asco, de cinismo. Es como
una tragedia sin posibilidad de redención.
Rubén no ha tenido amor en su
vida, ni el amor de su madre, ni el de su mujer, ni el de su hermano, ni el de
su hija, ni el de su segunda mujer. Tampoco tuvo ayuda económica por parte de
su madre y ha salido adelante de la única manera que él sabía: buscar el
dinero, el poder, el respeto, ya que no el amor, como sea. Darles todo lo que
él es capaz de dar a cambio de nada. Detrás de todas sus cavilaciones, está la
sombra de los caballos, abiertos para sacar la droga, muertos, quemados, cuyos
cadáveres vuelven a aparecer una y otra vez. Aparecen los personajes que han
compartido sus maniobras y su vida (mafiosos rusos, prostitutas, su familia y
sus propias reflexiones, en el mismo estilo de monólogo despiadado, sin luz y
sin amor). Es como una determinación de sólo ver lo negativo, de utilizar un
lenguaje muy bello a veces, sólo para envolvernos en esa noche, esa soledad sin
esperanza. Incluso el embarazo de Mónica,
su segunda mujer, que podría significar por fin amor y alegría no es sino el
anuncio de la toma de poder por parte de una mujer que le admira y desea pero
que no le ama.
Un símbolo de esta determinación,
de esa decisión, es su mención, con respecto a su mujer enferma, que busca
ayuda en la religión, a Kempis (místico del siglo XIV/XV que escribió una
“Imitación de Cristo) del que dice que no fue declarado santo por la iglesia
por una determinada razón (horrible por cierto). Y sí, fue declarado “santo”
por la iglesia anglicana. ¿Por qué no contar la historia completa? Y su mención
del “Retablo de Isenheim” en la que habla del Cristo monstruoso., en la tabla
central. Da la casualidad que yo conozco este retablo, lo he visto en Colmar. Y
hay otro Cristo, resucitado, que aparece al cerrar el tríptico, un Cristo con
un cuerpo de luz cegadora. El autor menciona el Cristo que comparte los
sufrimientos de los hombres pero no el que los invita a compartir su gloria. No hablo de religión, sino del mensaje que pretende transmitir el retablo.
¿Por qué no contar la historia completa? No le interesa al autor.
La estampa final, ya fuera del
monólogo, confirma toda la desolación, la noche interior en la que nos quiere
atrapar, y lo logra, el autor.
Creo que es una obra maestra,
pero yo, personalmente, me niego a volver a leer un libro de estas
características. Necesito luz, que también la hay.
Crematorio / Rafael Chirbes.-- Barcelona : Anagrama, 2007.
451 p., [1] h. ; 22 cm.-- (Narrativas hispánicas ; 418)
Ilustración:
Hannah Höch
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