viernes, marzo 13, 2015

Señores del jurado / Carlos Bonino

Señores del jurado: lo que hasta ahora no ha sabido entenderse es que Lolita, la novela, justo al contrario del criterio de muchos, significa precisamente una inversión del mito de Pigmalión. Ése es su mérito mayor y la razón de su originalidad. Jamás es Humbert quien lleva la batuta en esa relación extraña, obsesiva y por momentos torpe entre la niña y el hombre. Dolores Haze marca el paso. Humbert sólo se deja arrastrar por el objeto de su deseo, es a todos los efectos nada más que un pelele, muñeco triste, incapaz de liberarse, enquistado en el recuerdo de aquella otra Annabel a la que conoció de niño. Su evolución a lo largo de la novela es la propia de quien se presenta jubiloso a su propio sacrificio. Porque, no hay que dudarlo, desde el principio Humbert es consciente de que la niña será su perdición. Toda su escapada es sólo una farsa triste, una prórroga de amor hasta el inevitable desenlace. ¿Hablamos de amor? Sin duda. Amor y juego. Farsa, tragicomedia. La niña juega a conocerse poniendo a prueba los límites del hombre, y éste...bueno, sucumbe al tratar de purgar su herida más profunda, aunque hasta cierto punto logre redimirse asesinando a Quilty para vengar a Dolores (por cierto, ¿alguien puede pasar por alto la similitud fonética entre Quilty y Guilty- “culpable”, en inglés, idioma original de la novela-?).

 Desde cierto punto de vista no hay nada misterioso, nada sorprendente en la obra. La trama es sólo una excusa para la justificación y desarrollo de una sola idea: el poder cautivador de la juventud, su doloroso contraste con la madurez, y su poder extraordinario en ciertas circunstancias. ¿Recuerda esto a Witold Gombrowicz? Desde luego. Lolita es la versión erótica, explícita, de Ferdydurke. Su clave es la misma. De nuevo la juventud, la terneza, el encanto seduciendo al hombre de mediana edad, al adulto a la deriva. Lolita representa la promesa original, y es en ese sentido que conecta y desarrolla un arquetipo que ha consolidado y dura hasta nuestros días.

 Pero Nabokov se presta a juegos todavía más perversos que aquellos que vislumbran sus críticos más severos. Basta reparar en ello: como si quisiera ir un paso más allá, el autor no sólo presenta literariamente una relación reprobable por sus connotaciones pederastas, sino que obliga a Humbert a casarse con la madre de la niña.¿Qué tenemos entonces? ¡Incesto! Pero espera un momento. ¿Cuándo comienzan los encuentros más o menos taimados, más o menos discretos entre el padre y la hija? Al poco de iniciado el matrimonio, a espaldas de la madre. Sumemos entonces “adulterio” a la lista de abominaciones calculada a conciencia por Nabokov. Toda una mina para los lectores más puritanos. Pederastia, adulterio e incesto, de un plumazo y sin despeinarse. Lo extraño es que la novela haya sobrevivido.

 Salud, Lolita. Y bendita seas.

Carlos Bonino, es escritor.


Lolita / Vladimir Nabokov ; traducción de Francesc Roca.-- 12ª ed.-- Barcelona : Anagrama, 2012.389 p. ; 20 cm.-- (Compactos ; 34)