Señores del jurado: lo que hasta ahora no ha sabido
entenderse es que Lolita, la novela, justo al contrario del criterio de muchos,
significa precisamente una inversión del mito de Pigmalión. Ése es su
mérito mayor y la razón de su originalidad. Jamás es Humbert quien lleva la
batuta en esa relación extraña, obsesiva y por momentos torpe entre la niña y
el hombre. Dolores Haze marca el paso. Humbert sólo se deja arrastrar por el objeto
de su deseo, es a todos los efectos nada más que un pelele, muñeco triste,
incapaz de liberarse, enquistado en el recuerdo de aquella otra Annabel a la
que conoció de niño. Su evolución a lo largo de la novela es la propia de quien
se presenta jubiloso a su propio sacrificio. Porque, no hay que dudarlo, desde
el principio Humbert es consciente de que la niña será su perdición. Toda su
escapada es sólo una farsa triste, una prórroga de amor hasta el inevitable
desenlace. ¿Hablamos de amor? Sin duda. Amor y juego. Farsa, tragicomedia. La
niña juega a conocerse poniendo a prueba los límites del hombre, y
éste...bueno, sucumbe al tratar de purgar su herida más profunda, aunque hasta
cierto punto logre redimirse asesinando a Quilty para vengar a Dolores (por cierto,
¿alguien puede pasar por alto la similitud fonética entre Quilty y Guilty-
“culpable”, en inglés, idioma original de la novela-?).
Desde cierto punto
de vista no hay nada misterioso, nada sorprendente en la obra. La trama es sólo
una excusa para la justificación y desarrollo de una sola idea: el poder
cautivador de la juventud, su doloroso contraste con la madurez, y su poder
extraordinario en ciertas circunstancias. ¿Recuerda esto a Witold Gombrowicz?
Desde luego. Lolita es la versión erótica, explícita, de Ferdydurke. Su clave
es la misma. De nuevo la juventud, la terneza, el encanto seduciendo al hombre
de mediana edad, al adulto a la deriva. Lolita representa la promesa original,
y es en ese sentido que conecta y desarrolla un arquetipo que ha consolidado y
dura hasta nuestros días.
Pero Nabokov se
presta a juegos todavía más perversos que aquellos que vislumbran sus críticos
más severos. Basta reparar en ello: como si quisiera ir un paso más allá, el
autor no sólo presenta literariamente una relación reprobable por sus
connotaciones pederastas, sino que obliga a Humbert a casarse con la madre de
la niña.¿Qué tenemos entonces? ¡Incesto! Pero espera un momento. ¿Cuándo
comienzan los encuentros más o menos taimados, más o menos discretos entre el padre
y la hija? Al poco de iniciado el matrimonio, a espaldas de la madre. Sumemos
entonces “adulterio” a la lista de abominaciones calculada a conciencia por
Nabokov. Toda una mina para los lectores más puritanos. Pederastia, adulterio e
incesto, de un plumazo y sin despeinarse. Lo extraño es que la novela haya
sobrevivido.
Salud, Lolita. Y
bendita seas.
Lolita / Vladimir Nabokov ; traducción de Francesc Roca.-- 12ª ed.--
Barcelona : Anagrama, 2012.389 p. ; 20 cm.-- (Compactos ; 34)